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Amar de nuevo: El amor es la esencia del ser humano

Cuando tenía 11 años, me enamoré por primera vez, con la inocencia lógica de la edad. Él era un chiquillo con una personalidad enorme y un corazón aún más grande, con una sonrisa que le iluminaba la cara y una conversación interminable. Tuve la enorme suerte de que ese chiquillo se fijara en mí y que me hiciera sentir la chiquita más linda del mundo. Ese muchachito, fue el primero en mi vida que me dijo que yo era linda y que yo le gustaba y el primero en mi vida en sacarme a bailar en un baile de la clase.

Yo venía de no pasarla muy bien en mi colegio anterior y viví esa nueva experiencia con la inocencia y la felicidad que solo una edad como esa puede dejarte vivir. Al terminar ese año, el chiquillo cambio de colegio y no lo ví más. Nunca más. Pero nunca me olvide de él y de cómo había sanado mi almita y había hecho que mi corazón por primera vez se atreviera a florecer un poquito y a salir de su escondite. Pero lo más importante es que me empecé a querer yo, empecé a darme cuenta de que yo me gustaba, me caía bien y podía ser mi propia mejor amiga.

Pasaron muchos años. Terminé el colegio, estudié mi Carrera, empecé a trabajar y me casé, tuve a mis hijas y hace unos años, sufrí una separación dolorosa. Mi proyecto de vida de pareja se vino abajo y de repente, me vi en un lugar emocional que ya no recordaba. La soledad, a la que nunca le había tenido miedo, parecía ser mi única opción de compañía y mucha gente me decía cuánto lo sentía por mi, porque nunca más iba a volver a amar de nuevo.

Pero yo no me creí el cuento. Siempre estuve clarísima de que la vida me debía el amor que yo tanto merecía y para el que estaba tan lista. Así que nunca dudé demasiado y me dediqué a preparar el alma y el corazón para recibirlo. Me reencontré conmigo misma, recuperé la alegría, la risa, volví a cantar y decidí que lo mejor que podía hacer era aprender de la experiencia y avanzar. Me fortalecí y fortalecí a mis hijas y me reencontré con esa persona que siempre estuvo ahí para mi. Yo.

El trabajo más importante que hice en ese tiempo, fue el de creer en mí a pesar de todo. Fue básico entender que ese supuesto fracaso no me definía como mujer, como persona ni como futura pareja. En todo caso, al haber tomado nuevamente las riendas de mi vida, al hacerme responsable de mis sentimientos y mis emociones me redescubrí como una persona que me gustaba más que aquella que se mantuvo en una relación que no la llevaba a ninguna parte en el avance de la vida. Me volví a amar con menos cuestionamientos, con agradecimiento, con alegría y con muchísima fé en esa nueva etapa que venía.

Desde muy pequeña he sabido que el amor es la esencia del ser humano. Es la manifestación de Dios en nosotros. Es la única emoción que tenemos que tiene la capacidad de multiplicarse sin agotarse. Es lo que hace que las mañanas parezcan más soleadas, las tardes más cálidas y las noches perfectas, aun en medio de una tormenta tropical de dimensiones huracanadas. Es lo que te quita la respiración y hace que se te suban los colores al rostro. Es lo que te hace verte radiante, lo que hace que te brillen los ojos… no hay nada igual y cuando el amor es correspondido, la vida es simplemente maravillosa. Pero el amor, al igual que la felicidad, es una decisión diaria, consciente y voluntaria.

Porque el amor se transforma constantemente y nuestros sentimientos pueden variar. Así, depende exclusivamente del amor al compromiso que establecemos con nuestra pareja, el que el amor crezca y se mantenga siempre firme.

Una tarde, hace más de 2 años, sentada con la computadora frente a mi, me llevé una sorpresa enorme. 28 años después, de no ver al chiquillo de la escuela, nos topamos en la red social. Y como si el tiempo no hubiera pasado, iniciamos nuevamente la conversación y después de varios meses de conversar por chat, nos volvimos a ver. Lo demás será historia. Solo puedo decir que el amor como yo me lo imaginaba, con la posibilidad de entregar mi corazón sin miedo, con la tranquilidad absoluta y la confianza completa, si existe. Y volví a vivir esta experiencia con la inocencia y la felicidad que solo una edad como aquella puede dejarte vivir y con la madurez y el agradecimiento con Dios y la vida por permitirme vivirlo y amar de nuevo ahora.

Una vez más, a usted que me lee, le hago una propuesta. Vaya a su espejo, mírese a los ojos y hágase la promesa todos los días, de que usted siempre estará ahí para usted misma. Póngase la mano en su pecho y prométale a su corazón que lo cuidará usted, y quiérase muchísimo.