A mis 43 años, estoy plenamente consciente de mi edad. He pasado etapas y vivido cosas durísimas, acumulado experiencias y aprendido mucho en el camino de la vida, pero aún me siento joven, vital y con el espíritu fuerte y sé que me falta todavía un largo camino por recorrer y mucho por depurar.
Me llama profundamente la atención, que cada vez con mayor frecuencia, escucho a amigos y amigas de mi edad, tal vez un poco mayores o incluso a veces un poco menores, ver y hablar de sus vidas en un tono derrotista y cansado.
Muchos, se refieren a ellos mismos como “viejos” y me dicen que la vida se les hace pesada y que nada les causa ilusión. Ni su familia, ni su trabajo, ni sus amigos. Que no tienen ningún tipo de diversión y que tampoco se preocupan mucho por buscarla.
Otros, han salido de matrimonios que “no llenaban sus expectativas de vida” y deambulan por la escena social en busca de algo o alguien que los haga revivir y recuperar la alegría, la chispa, la pasión.
Yo me pregunté a qué se debería eso y esta es mi opinión al respecto
Desde que uno es pequeño, le enseñan que hay estatutos sociales que se deben cumplir y todos, antes de los 40 años de edad. O sea, ir a la escuela, colegio, universidad. Graduarse y obtener un buen trabajo, ennoviarse, casarse y tener hijos.
Y de repente, un día de tantos, cuando ya se le ha hecho “check” a la mayor parte de la lista, surge la pesadísima y a veces aterradora pregunta de ¿Quién soy y qué quiero de la vida a partir de ahora? En muchos casos, la respuesta está muy lejos de lo que están viviendo.
Ahora bien, aunque nadie es ajeno a estos cuestionamientos, y casi ninguno de nosotros se salva de verse un día en el espejo y no reconocer del todo la imagen que refleja, no quiere decir que se deba romper con todo lo vivido y tirarse a la calle en busca de “eso” que hace falta, ni tampoco significa que a partir de ese momento debamos permitirnos entrar en un estado de vegetación emocional y anestesiarnos con respecto a todo, esperando que el tiempo simplemente pase.
Creo que lo que eso quiere decir, es que es momento para hacer un pequeño alto para mirar atrás en nuestro recorrido por la vida, con agradecimiento por todo lo aprendido en el camino.
Quiere decir que quizás, eso que le reclamamos a los demás, con respecto a la falta de ilusión, pasión o interés, no le corresponde dárnoslo a nadie más que a nosotros mismos.
Quiere decir, que la posibilidad de reinventarnos está a nuestro alcance y que es únicamente nuestra responsabilidad el lograrlo sin atropellar a quienes nos aman en el proceso. Y entiéndanme.
NO estoy diciendo que si la vida marital es un infierno carente de amor, que si el trabajo que tienen es detestable y cero gratificante, etc., deban mantenerse ahí.
¡De ningún modo! Es más sabio irse a tiempo que quedarse a destiempo. Como siempre que hablo o escribo, solo puedo hacerlo partiendo de mi propia experiencia.
A mis 43 años, me ha tocado una buena cantidad de veces, más por obligación conmigo misma que por placer, tener que “reinventarme”.
A muy temprana edad, tuve que asumir responsabilidades que no me correspondían, sin derecho al reclamo, mientras, trataba que esta circunstancia no me impidiera vivir el final de mi infancia y etapa adolescente de la mejor forma posible, aunque lo que se me exigía era que fuera una adulta mucho antes de tiempo.
Estudié, me casé, tuve a mis hijas y por cosas de la vida, me divorcié. Y resultó que un buen día, al verme al espejo, la que me vio de vuelta no estaba ni muy feliz, ni muy a gusto en su propia piel, ni muy linda… y que clase de susto me llevé.
Pero en ese preciso momento me hice la inquebrantable promesa de estar bien. Tuve la certeza absoluta de que a pesar de que todos los que me querían estaban ahí para mi, yo me estaba fallando a mi misma. Así que hice de tripas corazón y empecé ese mismo día a buscar dentro de mi misma, los recursos que tengo para reinventarme.
Me senté a pensar en lo que debía hacer y poco a poco, empecé a generar ideas que con el paso de los días, semanas y meses, se convirtieron en proyectos y eventualmente en realidades tangibles. Fué esa misma búsqueda interior, la que hizo que yo me reconectara conmigo y que redescubriera mis propias posibilidades de ser feliz con lo que tenía.
Fué así como me di cuenta que a pesar de todo, no solo seguía teniendo a la felicidad de mi lado, sino, que en buena parte, tenía la obligación de compartir esa felicidad.
También entendí, que gran parte de mi felicidad, dependía en aceptar mi momento de vida, en aceptarme a mí misma, en NO querer volver a tener 20 o 30 años, en confiar en mis habilidades intelectuales, emocionales y sociales y en creer firmemente que merecía poder amar y dejarme amar de vuelta.
Hoy, varios años después, sigo confiando en mí y sigo creyendo firmemente en que la vida es, por decir poco, interesante, intensa, llena de posibilidades y de amor y feliz.